Muchas personas comienzan un proyecto, una visión, una carrera, un matrimonio, un trabajo, un ministerio, una familia, pero se dan por vencido muy rápido, cuando las cosas no salen como ellos esperan. Ellos comienzan, pero nunca terminan. Cuando esto sucede, los resultados que esperan, jamás vienen. A esto, yo le llamo: "el síndrome de no terminar lo que empiezas". Pero, Dios no quiere que esto suceda contigo. Lee la siguiente historia y verás que hoy mismo arrancarás lo que una vez empezaste:
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Un hombre llamado Juan Marcos, había tenido un comienzo excelente. Acompañó a Bernabé y a Pablo en un emocionante viaje misionero, y vio a Dios hacer cosas asombrosas. Sin embargo, por alguna razón, los dejó a mitad de camino en la obra, y Pablo se negó a trabajar de nuevo con el joven.
"Habiendo zarpado de Pafos, Pablo y sus compañeros arribaron a Perge de Panfilia; pero Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén". (Hechos 13:13).
Juan Marcos los abandonó en medio del viaje y regresó a Jerusalén, aunque "Bernabé quería que llevasen consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Juan Marcos; pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo al que se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra" (Hechos 15:37-38).
Muchos creyentes no terminan bien porque piensan erróneamente que el llamado de Dios al ministerio personal depende de su nivel de habilidad; y lamentablemente no terminan lo que empiezan, en su vida personal, ni en la vida laboral, matrimonial ni en todas las áreas.
